dilluns, 25 de febrer del 2008

Extrema y dura

Extremadura es una de las pocas tierras de España que no he visitado todavía. Muchos conocidos me la han recomendado vivamente. Por sus paisajes, por sus monumentos, por su gastronomía, y como no, por su gente. Quizás vaya este verano. Como me cuentan mis amigos extremeños, esta comunidad ha experimentado un gran salto en calidad de vida gracias a las políticas redistributivas de los diferentes gobiernos socialistas. A diferencia de Italia, donde la brecha se agranda, la diferencia en cuanto a desarrollo entre el norte y el sur es cada vez menor en España. Me enorgullece como catalán haber contribuido con nuestra riqueza a la solidaridad con esa tierra. Pero esa solidaridad no es eterna ni infinita. Ha llegado el momento de tener las cuentas claras y de que Catalunya reciba un trato fiscal más justo de España. No queremos ni podemos ser menos que los vascos. Tenemos una economía muy dinámica, pero lastrada por un atraso crónico en la ejecución de básicas infraestructuras. Catalunya necesita más combustible para seguir siendo la locomotora de España. Un gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero es la única garantía de obtener ese trato fiscal justo que reclamamos. No estamos hablando de privilegios, porque aquí, a pesar de lo que diga algún filibustero de la COPE, no atamos los perros con longanizas. Pese a la excelente gestión de los gobiernos presididos por Pasqual Maragall y José Montilla somos una comunidad con importantes déficits todavía . Algunos debidos a una financiación insuficiente -¡tenemos siete millones de tarjetas sanitarias!- y otros por culpa de la deriva conservadora del partido que hasta hace poco monopolizaba la institución de todos los catalanes. Sí, es cierto, todavía tenemos barracones en algunos colegios e institutos, esperamos nuestro turno en hospitales públicos que se caen a trozos por más de veinte años de nulo mantenimiento, nuestros jóvenes no pueden residir en la primera corona metropolitana por la carestía de los pisos y nuestra red de transporte colectivo es de segunda división comparada con la de Madrid. Pero volvamos a Cáceres y Badajoz. Hay cuatro cosas de Extremadura que me gustan sobre todo. El jamón pata negra, las humildes pero sabrosas migas extremeñas -si tienen ocasión prueben las que elabora el Centro Extremeño Muñoz Torrero de Esplugues-, la bonita estampa de los cerezos floridos en el valle del Jerte -me recuerda a las películas de mi adorado cineasta japonés Takeshi Kitano- y el rock transgresivo de Extremoduro. Cómo que el rock no es cultura. Nada más lejos de la realidad. Es tan cultura como puede ser la ópera de Wagner, el flamenco de Camarón o la quinta sinfonía de Mahler, que también me gustan. Extremoduro es uno de los grupos principales del rocanrol ibérico y son noticia porque este verano vuelven a la carretera. No te lo pierdas si tocan cerca de ti. La suya es una música visceral. Un chute de adrenalina. Sus letras son pura poesía. Poesía punk y maldita, pero poesía al fin y al cabo. Vale la pena escuchar cualquiera de sus álbumes, pero para iniciarnos podemos empezar por su directo "Iros todos a tomar por culo". Por supuesto, compradlo en vuestra tienda de discos. Si no, ¿de qué van a vivir los músicos malandrines?